Casi nadie puede resistir el regalo de una sonrisa transparente. Cuando era adolescente, mi padre puso en mis manos un título popular escrito por Dale Carnegie llamado "Como ganar amigos". Una de las claves era aprender a sonreír aunque al principio se sintiera falso o forzado.
Es un hecho fisiológicamente confirmado que se necesitan tres veces más músculos para fruncir el ceño y hacer un gesto de enojo que para sonreír. Sin embargo, la mayor parte de la gente con quienes interactúo diariamente parece preferir la ruta de la amargura optando por explotar las arrugas y entrecejos.
Por ello, aún hoy no deja de sorprenderme, gratamente, el poder que conlleva sonreír saludablemente a otros, los conozca o no. Estamos rodeados de gente con rostros marcados por los surcos de la tensión y la ira. Con el entrecejo fruncido mastican un salud que nunca llega realmente a conectarse con el corazón para regalar una sincera sonrisa.
Debo confesar que tanto Tirios como Troyanos, Cristianos como Ateos viven a menudo con amargura como si vivir en este mundo pesara tanto como para escatimar un gesto amable y desinteresado, o regalar una sonrisa bondadosa.
¿Por que tanta gente vive vidas miserables y tristes a pesar de tantos regalos y bendiciones a su alcance? ¿Por que la gratitud ha sido sustituida por la queja y la crítica a todo y a todos constante? ¿Por que incluso los que conocen el amor y la misericordia incondicional de Dios parecen vivir como bautizados en vinagre?
LA SENDA DE LA SALUD Y LA PRODUCTIVIDAD
Una sonrisa puede abrir oportunidades para empezar a sanar el alma, pero, a menudo, optamos por cerrarnos a tal experiencia una veces por temor y otras por una falsa seguridad. En consecuencia, no nos arriesgamos en nuestras relaciones, vivimos solo para nosotros y somos indiferentes con el prójimo y lo que realmente tiene valor eterno. Ese es el camino a la madurez emocional y espiritual.
Una de las razones que explica este comportamiento es la insatisfacción fomentada por una cultura secular cuyos mensajes constantes apuntan a vivir superficialmente y sólo para obtener logros pasajeros. De hecho las emociones han sido secuestradas y atadas al carro del consumo adictivo.
He aprendido que ese no es el camino que debo o quiero tomar. Ser feliz y sonreír no depende de lo que posea o de mis circunstancias, tampoco de mis logros o popularidad. Igual que amar y perdonar, ser feliz es una decisión diaria a la cual me aboco apasionadamente. Cuando aprendo a sonreír como un ejercicio saludable, me voy liberando de la máscara que pretende ocultar mi vulnerabilidad. Sonreír se vuelve la respuesta automática a las interacciones con los demás. Al sonreír soy vulnerable, pero eso me fortaleza porque no dedicó mi energía a fingir. La verdadera hipocresía no esta en sonreír intencionalmente, sino en oculta mis inseguridad tras gestos amargos que me distancian de los demás.
Debemos evaluar con brutal honestidad, al inicio de cada día, que siempre tendremos dos opciones en la convivencia diaria: jugar de víctima o actuar asumiendo mi responsabilidad como humano y si soy creyente como hijo de Dios.
"Cuídense unos a otros, para que ninguno de ustedes deje de recibir la gracia de Dios. Tengan cuidado de que no brote ninguna raíz venenosa de amargura, la cual los trastorne a ustedes y envenene a muchos."-Hebreos 12:15
Hasta la próxima
MA. Juan Carlos Flores Zúñiga, CPLC, CSF