jueves, 8 de diciembre de 2022

Progrese sin perder su alma

Cuando era niño me emocionaba ir a la estación a ver el arribo y la partida de los trenes. Vivía con mi familia en medio de dos concurridas estaciones capitalinas; una la del tren al pacífico y la otra la del tren al atlántico. 

No obstante, mi sueño desde que recuerdo era contar con un tren eléctrico. Uno de mis primeros regalos de navidad fue una enorme caja de madera con el logo de la firma alemana Marklin que contenía más de veinte metros de líneas férreas metálicas, puentes, túneles, la estación, los viajeros en pequeñas figuras de plomo coloreadas más tres locomotoras con coloridos vagones, entre otros realistas componentes. 

Era todo lo que uno podría soñar para recrear un paisaje surcado por vía férreas, en las que transitaban las locomotoras eléctricas, con sus vagones. Nada me emocionaba más que armar la compleja red cada vez que podía, especialmente en la estación navideña. Cada experiencia era una memoria que atesoraba y se repetía en mi mente con deleite con cada año que pasaba.

Más tarde mi fascinación por los medios de transporte se expandió cuando pude ir al puerto y ver los grandes buques atracar. A esta dicha se agregaron las aeronaves. Mi padre conforme crecíamos nos llevaba al aeropuerto internacional a ver despegar las aeronaves. Recuerdo vívidamente una vez que volé con mi padre en un Curtis 45 a una provincia en el atlántico para un proyecto hidroeléctrico en el que laboraba como ingeniero.

Desde mi niñez no dejo de maravillarme del conocimiento y los talentos que Dios ha puesto en el ser humano para superarse y aumentar su bienestar. No solo en transporte, sino en todos los ámbitos hemos experimentado juntos cambios favorables y maravillosos que nos permiten tener mejor calidad de vida y vivir saludablemente más años sobre esta tierra.

EL LADO OSCURO DEL PROGRESO

Pero ninguna invención, avance o descubrimiento ha transformado integralmente nuestra manera de pensar y actuar entre nosotros. Nunca antes ha sido mas ingobernable la humanidad. Con todo el progreso del que hemos sido parte, se podría suponer que estaríamos más agradecidos y felices. Pero, parece que más tenemos, más queremos, y más insatisfechos quedamos. No solo en lo material, sino también en lo emocional y mental.

Por todo protestamos, somos menos pacientes que hace diez años, y mientras no nos afecte directamente abusamos de nuestra posición para lastimar a otros que ni siquiera conocemos. Es cierto, como aprendimos en las lecciones de física, que toda acción produje una reacción, pero cuando los seres humanos llegan a posiciones de poder e influencia, revelan lo que realmente son, lo que está irresuelto en sus almas y carácter: sus inseguridades y complejos.

Sin importar las maravillas científicas y tecnológicas de hoy, el tejido moral y ética de nuestra sociedad está en una profunda decadencia, pero depende de cada uno de nosotros dejar de mirar hacia el otro lado y asumir nuestra cuota de responsabilidad moral, ética y espiritual para que este mundo tenga esperanza y cambie. El cambio, no obstante, no debe depender de lo que hagan otros, sino de nuestras decisiones diarias y los pasos para la acción a que nos comprometemos. Creo firmemente, en que menos es más. Cuando vivimos dignamente, con frugalidad, a la medida de nuestros ingresos, con expectativas realistas, y sin aceptar la presiones consumistas que impulsa la cultura, tenemos más tiempo para invertir y hacer crecer nuestra alma.

En la mayoría de las citas de coaching ejecutivo que facilito, mis clientes al principio tratan de cambiar el entorno que no controlan o hacer responsables a otros por sus decisiones. El primer y más importante descubrimiento que suelen hacer durante mis sesiones, es que cualquier cambio en su entorno debe empezar por sus propios e intencionales cambios personales.

Las circunstancias y personas difíciles a nuestro alrededor cumplen un propósito inefable: formarnos, para que aprendamos a ser firmes y valientes, para que en completa paz nuestra alma sea sensible y no calle ante la injusticia poniendo una semilla de amor en todo. Ser adulto y maduro emocional y espiritualmente comienza por el autoexamen y progresa reconociendo mi responsabilidad y las decisiones que definirán mi futuro. Puedo aprender a decir que no, sin sentirme culpable o presionado. El mundo puede tratar de influirnos, pero nunca debería definirnos como seres integrales.

Juan Carlos Flores Zúñiga, MA, CPLC, CSF

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